cortesía Julio Márquez Cueva.
Crónicas leticianas
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Leticia también tuvo su rey.
La amistad, familiaridad y
camaradería existente entre los habitantes de la Leticia de los años 70 y
80 favoreció el conocimiento de leyendas, historias y anécdotas que
sumadas forman la memoria histórica de
la ciudad, tradición oral conocida por muchas personas de las cuales muy pocas
se han atrevido a escribir para que ese legado quede como información y
conocimiento de las generaciones venideras.
Son historias que han pasado tradicionalmente
entre los habitantes de la región, las cuales creo, deben quedar escritas para
la posteridad. Por esta razón con el conocimiento que tengo de algunas de ellas
ya por haberlas vivido o escuchado de
bocas creíbles he decidido en mis crónicas contar algunas de ellas.
Antiguamente daba gusto salir a pasear en las tardes por las calles
polvorientas y arborizadas de Leticia a charlar a la degustación de un buen
café, con los amigos que solían sentarse en las afueras de sus casas a recibir
el aire fresco de la tarde.
Y hagamos un recorderis por una
de esas calles y más exactamente la que conduce desde el puerto de Mike al
legendario barrio Punta Brava, en donde Don Pancho Landázuri y
su esposa doña Eloisa junto al enjuto, borrachito empedernido pero agradable,
reparador de bicicletas el señor Galvis daban a los vecinos una alborada diaria
de gritos y madrazos con los cuales empezaban el día.
Sobre esa calle se encontraban
negocios que vale la pena recordar entre los cuales figuraban las artesanías
peruanas de Florencio Curi, peruano de aspecto bonachón quien junto con las
hermosas nativas que le colaboraban daban un toque de alegría y buena atención
a su negocio, las artesanías de Plinio Guzmán muy visitada por los turistas
extranjeros, la distribuidora de licores Salamina de Henry Neira, sitio de
grandes encuentros etílicos por aquella época, Import - Export Primavera bodega
en donde las mercancías importadas de la USA eran lo tradicional, el
negocio de repuestos de Edgar Enciso llamado El Repuesto posteriormente de
Oscar Londoño, la distribuidora de víveres de
Joaquín Aguirre negocio de gran movimiento con el cual sacó adelante su familia; el negocio de doña
Lucinda actualmente en el mismo lugar sitio agradable para observar a sus dos hermosas hijas y
deleitarse con una buena empanada.
Al frente en donde hoy se encuentra el emporio
empresarial denominado Créditos Parra se encontraban los almacenes
Colteamazonas de Bertino Caamaño, el almacén de artículos para hombre de Delio
Caro, el almacén Brasilia con repuestos para bicicletas de don Jesús Montes,
padre de mi querida esposa, las oficinas de Satena con el capitán Richoux como gerente, el
taller de motos de Pastor el cual es muy poco lo que ha cambiado y la casa de
su señor padre Pedro Fernández.
Mas arriba estaban la primera
academia cultural del maestro Campos, peruano
instruido que luchó por la cultura amazonense con su escuela de danzas y
su escuela de mecanografía y en la esquina diagonal al Banco de Bogotá la casa
de la familia Cueva quien con el viejo Alejandro a quien apodaban cariñosamente
“Trapito” a la cabeza, con su esposa la matrona doña Josefina, sus hijos
Carlos, Calixto, César y sus nietos formaron y forman un asentamiento peruano de gran tradición.
Esta familia llegó procedente de
Iquitos huyendo de la dictadura del político y militar Manuel Odría en donde tenían un almacén
llamado Casa Cueva especializada en calzado traído de todas partes del mundo. Apristas de los
buenos.
Se instalaron en Leticia en donde
eran una especie de embajada peruana en donde Carlos era una especie de
abogado para los problemas que
presentaban los paisanos que nos visitaban.
El viejo Alejandro era un
cascarrabias de armas tomar pero a pesar de ello era un agrado conversar con el
en su negocio de gaseosas, alquiler de bicicletas, revistas y combustible (kerosene)
, gran conocedor de la historia peruana
la cual departía con el profesor Campos y los paisanos que llegaban a la
ciudad.
Cierto día que lo visitamos con
mi amigo el Dr Linterna comerciante bastante conocido en la ciudad y por ende
gran amigo de él, nos comentó con la seriedad que lo caracterizaba, sobre un suceso que fue histórico en la ciudad
de Leticia del cual él fue su protagonista.
Transándose en una amena conversación con
nosotros nos hizo el siguiente comentario: miren señores como la gente se
equivoca conmigo, pues como me ven aquí trabajando así un poco mal trajeado
debido a mi negocio, no saben que yo vengo de familia de reyes, es más, yo soy
rey y tengo los documentos que lo acreditan.
Conociendo de lo charlatán y
mamagallista del personaje esperamos a ver con que nos sorprendería.
Esperen - nos dijo- que con
documentos oficiales y fotos de mi coronación
se los voy a demostrar.
Pensamos por un momento que al
viejo se le había corrido la teja, pero al verlo regresar con un fólder y un
maletín quedamos perplejos.
Antes de abrir el maletín y
mostrarnos el contenido, nos dijo en voz alta y ceremoniosa: miren bien para
que le cuenten a todo el mundo que Leticia tiene su rey y que a veces las
apariencias engañan.
Procedió a abrir el maletín de
donde sacó un fólder que contenía un
pergamino diciéndonos: Aquí está la prueba oficial de mi rango.
Esto sólo se ve -decíamos- en la
selva misteriosa del Amazonas. Todo un rey con semejante sencillez y humildad.
Cuando íbamos a leer el pergamino
que le daba el título real, Don Alejandro con voz grave nos dijo de nuevo: aquí están las fotos
de mi coronación.
Lo que creíamos una locura del
viejo Cueva se convirtió en una agradable e increíble verdad.
Por los pergaminos y fotos
comprobamos que don Alejandro era un rey, El Rey de los Feos en Leticia, coronado en una de las
tradicionales fiestas populares.
Cosas de nuestro Amazonas en
donde un señor con esa seriedad, se prestara para que fuera coronado como rey. Esa
fue la gente amable que hizo patria e historia en esa olvidada tierra
colombiana.