jueves, 20 de diciembre de 2012



Diciembre 12 de 2012
cortesía  Julio Márquez Cueva.




Crónicas leticianas 25

Leticia también tuvo su rey.


La amistad, familiaridad y camaradería existente entre los habitantes de la Leticia de los años 70 y 80 favoreció el conocimiento de leyendas, historias y anécdotas que sumadas   forman la memoria histórica de la ciudad, tradición oral conocida por muchas personas de las cuales muy pocas se han atrevido a escribir para que ese legado quede como información y conocimiento de las generaciones venideras.
Son historias que han pasado tradicionalmente entre los habitantes de la región, las cuales creo, deben quedar escritas para la posteridad. Por esta razón con el conocimiento que tengo de algunas de ellas ya por haberlas vivido o  escuchado de bocas creíbles he decidido en mis crónicas contar algunas de ellas.
Antiguamente daba gusto  salir a pasear en las tardes por las calles polvorientas y arborizadas de Leticia a charlar a la degustación de un buen café, con los amigos que solían sentarse en las afueras de sus casas a recibir el aire fresco de la tarde.
Y hagamos un recorderis por una de esas calles y más exactamente la que conduce desde el puerto de Mike al legendario  barrio   Punta Brava, en donde Don Pancho Landázuri y su esposa doña Eloisa junto al enjuto, borrachito empedernido pero agradable, reparador de bicicletas el señor Galvis daban a los vecinos una alborada diaria de gritos y madrazos con los cuales empezaban el día.
Sobre esa calle se encontraban negocios que vale la pena recordar entre los cuales figuraban las artesanías peruanas de Florencio Curi, peruano de aspecto bonachón quien junto con las hermosas nativas que le colaboraban daban un toque de alegría y buena atención a su negocio, las artesanías de Plinio Guzmán muy visitada por los turistas extranjeros, la distribuidora de licores Salamina de Henry Neira, sitio de grandes encuentros etílicos por aquella época, Import - Export Primavera bodega  en donde las mercancías importadas de la USA eran lo tradicional, el negocio de repuestos de Edgar Enciso llamado El Repuesto posteriormente de Oscar Londoño, la distribuidora de víveres de  Joaquín Aguirre negocio de gran movimiento con el cual  sacó adelante su familia; el negocio de doña Lucinda actualmente en el mismo lugar sitio agradable para  observar a sus dos hermosas hijas y deleitarse con una buena empanada.
Al frente  en donde hoy se encuentra el emporio empresarial denominado Créditos Parra se encontraban los almacenes Colteamazonas de Bertino Caamaño, el almacén de artículos para hombre de Delio Caro, el almacén Brasilia con repuestos para bicicletas de don Jesús Montes, padre de mi querida esposa, las oficinas de Satena  con el capitán Richoux como gerente, el taller de motos de Pastor el cual es muy poco lo que ha cambiado y la casa de su señor padre Pedro Fernández.
Mas arriba estaban la primera academia cultural del maestro Campos, peruano  instruido que luchó por la cultura amazonense con su escuela de danzas y su escuela de mecanografía y en la esquina diagonal al Banco de Bogotá la casa de la familia Cueva quien con el viejo Alejandro a quien apodaban cariñosamente “Trapito” a la cabeza, con su esposa la matrona doña Josefina, sus hijos Carlos, Calixto, César y sus nietos formaron y forman  un asentamiento peruano de gran tradición.
Esta familia llegó procedente de Iquitos huyendo de la dictadura del político y militar  Manuel Odría en donde tenían un almacén llamado Casa Cueva especializada en calzado  traído de  todas partes del mundo. Apristas de los buenos.
Se instalaron en Leticia en donde eran una especie de embajada peruana en donde Carlos era una especie de abogado  para los problemas que presentaban los paisanos que nos visitaban.
El viejo Alejandro era un cascarrabias de armas tomar pero a pesar de ello era un agrado conversar con el en su negocio de gaseosas, alquiler de bicicletas, revistas y combustible (kerosene) , gran conocedor de la historia peruana  la cual departía con el profesor Campos y los paisanos que llegaban a la ciudad.
Cierto día que lo visitamos con mi amigo el Dr Linterna comerciante bastante conocido en la ciudad y por ende gran amigo de él, nos comentó con la seriedad que lo caracterizaba,  sobre un suceso que fue histórico en la ciudad de Leticia del cual él fue su protagonista.
 Transándose en una amena conversación con nosotros nos hizo el siguiente comentario: miren señores como la gente se equivoca conmigo, pues como me ven aquí trabajando así un poco mal trajeado debido a mi negocio, no saben que yo vengo de familia de reyes, es más, yo soy rey y tengo los documentos que lo acreditan.
Conociendo de lo charlatán y mamagallista del personaje esperamos a ver con que nos sorprendería.
Esperen - nos dijo- que con documentos oficiales y fotos de mi coronación  se los voy a demostrar.
Pensamos por un momento que al viejo se le había corrido la teja, pero al verlo regresar con un fólder y un maletín quedamos perplejos.
Antes de abrir el maletín y mostrarnos el contenido, nos dijo en voz alta y ceremoniosa: miren bien para que le cuenten a todo el mundo que Leticia tiene su rey y que a veces las apariencias engañan.
Procedió a abrir el maletín de donde sacó un fólder  que contenía un pergamino diciéndonos: Aquí está la prueba oficial de mi rango.

Ante nuestros ojos aparecieron los documentos reales que lo acreditaban como rey.
Esto sólo se ve -decíamos- en la selva misteriosa del Amazonas. Todo un rey con semejante sencillez y humildad.
Cuando íbamos a leer el pergamino que le daba el título real, Don Alejandro con voz  grave nos dijo de nuevo: aquí están las fotos de mi coronación.
Lo que creíamos una locura del viejo Cueva se convirtió en una agradable e increíble verdad.
Por los pergaminos y fotos comprobamos que don Alejandro era un rey, El Rey de los Feos  en Leticia, coronado en una de las tradicionales fiestas populares.
Cosas de nuestro Amazonas en donde un señor con esa seriedad, se prestara para que fuera coronado como rey. Esa fue la gente amable que hizo patria e historia en esa olvidada tierra colombiana.