miércoles, 5 de marzo de 2014

Febrero 20 de 2014

Crónicas leticianas 67


“Y con éstas nuevas elecciones, se reactiva la herencia política

El 20 de febrero de 2014 se cumplieron  50 años  desde cuando  un pueblo olvidado y  situado en la parte más austral de Colombia, llamado Leticia, fuera declarado municipio.
A partir del día 22 de febrero de 1964 ese pueblo empezó  su novel carrera administrativa independiente,  pero también  su lucha incesante para salir del olvido del gobierno central y  soportar los posteriores  avatares de la politiquería, que lo hacían un feudo  manejado por los caciques politiqueros  del Caquetá y del Huila, quienes -  con  el respaldo y colaboración de los  gamonales de los partidos tradicionales regionales - manejaron por mucho tiempo los destinos políticos de la  comisaría, politiquería  heredada  reinante hasta hoy.
Pueblo que para aquél entonces,  a pesar de sus incipientes servicios  e incomodidades, era un paraíso donde no contaba el tiempo ni para sus habitantes, ni para los turistas, ni foráneos que de una u otra manera llegaban en busca de una aventura o a hacer patria en esa zona fronteriza.  
Pueblo en donde se podía dormir con las puertas abiertas, llamado “pulmón del mundo”, “ciudad turística y ecológica de Colombia y el mundo”, por cuyas calles - polvorientas en época de verano y pantanosas en época de invierno -  corría y se deleitaba  esa muchachada que hoy, posiblemente, son los padres de los jóvenes que aspiran a  transformar esa tierra, unos  para bien  como otros para mal.
Pueblo en donde se respiraba  el aire puro que produce esa selva circundante, hoy desafortunadamente contaminado por el smog que cada día emanan los motores del sinnúmero de vehículos que transitan por sus deterioradas calles.
Pueblo con un ambiente de paz privilegiada que  compartía con sus vecinos fronterizos, en un círculo de rutina que sólo cambiaba cuando se tenían relaciones extras amparadas por la soledad de la noche y de la selva,  paz que hoy desafortunadamente tiende cada día a deteriorarse  por   el incremento de actos vandálicos y de violencia incontrolados perpetrados por pandillas, ajuste de cuentas, atracos,  micro tráfico, drogadicción, prostitución en un ambiente  en donde a veces pareciera que existiera  una callada  permisividad.
Pueblo que se defendía laboralmente con sus bonanzas permitidas,  como lo fueron las del pescado,  las pieles y los animales vivos que daban sustento  a la población indígena y a cuanto rebuscador llegaba a la región.
Y así, compartiendo estas faenas,  siempre han estado juntas  las dos empresas generadoras de empleo, politiquería y corrupción llamadas alcaldía y   comisaría (hoy gobernación); y aunque  la calidad de vida que se manejaba no era la mejor si daba para vivir con armonía y fraternidad.
Los años fueron transcurriendo  y todos sus habitantes luchaban por salir adelante, en  contra de los avatares del tiempo, la salud,  los malos servicios y otras problemáticas  aún vigentes.
Lo que nunca pensaron sus habitantes, politiqueros y gobernantes  fue que detrás de esa tranquilidad de pueblo  irían a llegar miles de invasores de diferentes  calañas e identidades,  quienes en colaboración con ciertos  personajes  inescrupulosos de la región transformarían el contorno del pueblo y sus moradores  con su “nuevo negocio”,  acallando el cantar de las aves silvestres con los estridentes sonidos de la música a alto volumen,  el  sonido de los  motores fuera de borda  de los deslizadores subiendo y bajando por el rio y en la noche el sonido de las armas de fuego haciendo espectáculo o cumpliendo su cometido.
Invasores que les cambiarían a los habitantes, la cachaza,  el payavarú, la chicha de chontaduro, y el masato - bebidas que les calmaba la sed y les alegraba el corazón - por whisky, aguardiente, ron y toda clase de bebidas que los nuevos colonizadores traían para  relacionarse y embrutecer al pueblo. ¿Y qué decir de los cigarrillos negros y tabacos tradicionales como el “charuto” reemplazados por  cigarrillos rubios como el Marlboro y otras marcas americanas?
Los remos de las  canoas fueron reemplazados por el  famoso  peque-peque, motores fuera de borda y por veloces deslizadores hechos en fibra de vidrio.
Sólo tres avionetas sobrevolaban los cielos amazonenses para la época: la de la comisaría, la de la Prefectura y la de George Tsalikis el Ícaro del  Amazonas.
De Iquitos llegaba los aviones anfibios de la fuerza aérea peruana  “Tan” que acuatizaban en Islandia y Ramón Castilla.
A Leticia sólo llegaban un vuelo de Avianca, uno de Cruzeiro do Sul ( Brasilero) y dos de Satena semanalmente, vuelos cuyo arribo   eran motivo de fiesta en el pueblo;  empresas que posteriormente tuvieron que aumentar sus frecuencias ante  el incremento turístico de la época, sobre todo el de familias completas que llegaban del interior del país con gastos pagados  por los emergentes con la finalidad de sacar droga con la anuencia, a veces, de algunas autoridades.
Entre los negocios que no fueron  rentables inicialmente en el Amazonas estaba  el de las funerarias, porque  en Leticia la gente se moría  de vieja,  posteriormente,  si  fue  uno de los mejores.
Con la entrada de estos “jinetes del negocio” el pueblo se fue llenando de supermercados abarrotados con productos extranjeros; los pequeños hospedajes  fueron ampliando su capacidad. Se incrementó el mercado de vehículos -  especialmente el de motos -  casi en un cien por ciento.
Los nuevos colonos compraron a los nativos sus mejoras y ya fueron construyendo casas campestres, tumbaron monte y sembraron pasto para  ganadería;  el comercio de vacunos y equinos  se incrementó puesto  que el único caballo que existía en la región era el de Absalón Arango.
Y así lentamente, estos  emergentes fueron permeando  todos los negocios, familias, políticos, autoridades civiles y militares quienes vieron en este negocio la  oportunidad,  de aumentar su sueldo y sus haberes.
Todos vivíamos directa o indirectamente de ese negocio, pues quiéranlo o no, él era el que movía el comercio y los tentáculos de la corrupción en el pueblo,  a la cual muchos residentes quedaron mal acostumbrados y razón por la cual es tan difícil erradicarla, ya que ese cáncer es heredado  sobre todo por algunos  personajes a quienes,  viendo  la fuerte persecución desatada contra la droga en los años 90, no les quedó más remedio que insertarse en las huestes politiqueras,  mafia con más garantías dado que es patrocinada por los gobiernos, en donde la única condición para salir adelante  de cualquier eventualidad es tener  dinero  para  comprar conciencias, sobre todo en un pueblo en donde la lejanía de los controles centrales  son más difíciles y la manipulación de los expedientes es más fácil.
Cuando en 1991  la comisaría fue declarada departamento, las cosas se tornaron más favorables para la clase politiquera de la región, quienes ayudados por los emergentes que quedaron en la ciudad  tras la estampida nacional por las medidas del gobierno contra el narcotráfico, se ampararon en algunas fachadas  no comprometedoras y ante el ingreso de dinero  a las arcas del nuevo departamento por parte del gobierno central, vieron  que por ese lado se podía manejar la situación,  moviendo su dinero en campañas políticas y favoreciendo a ciertos personajes que se han prestado hasta la fecha para manejar los hilos de la contratación, las autoridades,  los gerentes bancarios y de entidades controladoras y a cambio de qué? Esta es la situación que todo el pueblo conoce pero que nadie denuncia, unos por pertenecer a la organización y otros por diferentes motivos.
Con el dinero entrante y  toda esa contratación, entra la era del modernismo para la ciudad y toda esa juventud mal acostumbrada por los excesos de la bonanza, vendían su alma al diablo con tal de hacerse nombrar como alcalde, gobernador o un puesto público en donde la premisa principal era   hacer dinero a como diera lugar.
Y así vemos cómo en el transcurso de esta nueva era como  departamento, la mayoría de gobernadores y alcaldes que han pasado rigiendo los destinos del presupuesto regional han descollado en la historia, no por la eficiencia y el compromiso de su gestión, sino por las investigaciones   sobre su conducta  indecorosa que  los han llevado  desde la suspensión del cargo hasta la prisión, situación que nos da el vergonzoso título de una de las administraciones más corruptas en el territorio nacional,  peor que la de la costa atlántica, lo que ya es mucho decir.
Leticia es una ciudad en donde no se ve ninguna obra representativa de gobierno alguno, fuera de los elefantes blancos que solo dieron rentabilidad a los gobernantes y contratistas de turno, más los palacetes y fincas de los ex mandatarios  que, luego de “exhaustivas investigaciones”  y pagar irrisorias condenas en la casa por cárcel, salen a disfrutar de ellas  como premio a sus vergonzosas actuaciones y  el pueblo - como siempre -  viendo cómo unas cuantas familias se lucran con los dineros de sus  impuestos y cómo la ley solo rige para los legales pero no para los ilegales que  salen adelante porque esos si dan ganancia.
Pueblo convertido en paraíso  de desplazados, reinsertados e insurgentes camuflados y cuanto rebuscador, timador o desempleado  llega al territorio sin control alguno y en donde a los pocos días  inician o continúan  con sus acciones delictivas,  en un contorno que ya quedó pequeño para  la supervivencia de tanta gente que tienen que acudir a lo informal o ilegal con tal de sobrevivir, porque como dice la canción “No hay cama pa´tanta gente”.
Así que no debemos aterrarnos por la situación actual reinante en la región en donde su majestad el dinero, la corrupción y la inoperancia de los entes de control hacen que todo sea posible, y en donde les tocará seguir con ese karma hasta que la población - que es la patrocinadora de toda  esa situación - tome los correctivos  necesarios para controlar la problemática existente.
Desde aquel  entonces, hace más de 50 años, los  manejos politiqueros  siguen  la misma tónica de  los cuales  siempre se aprovecharán  las sanguijuelas de turno, ante   las situaciones de pobreza, hambre, desempleo y desajuste social que reinan en la región.
Esta es la triste realidad de un pueblo llamado Leticia, que en otrora fue un “remanso de paz” en esta caótica patria llamada Colombia.


Carlos Javier Londoño O.