Septiembre 24 de 2013.
Crónicas Leticianas 57
“Personajes que hicieron historia en el Amazonas”.
Leticia, como ciudad
hospitalaria, albergó en sus calurosas y polvorientas calles de aquella época,
personajes de toda índole que, venidos de otras latitudes o nativos de la
región, se hicieron conocer popularmente ya por sus
excentricidades,
particularidades, comportamientos u oficios, pasando a formar parte de la historia regional.
Fueron personajes muy queridos en
la región que de una u otra manera estuvieron
vinculados con la comunidad y el pueblo
en general, haciendo parte de la idiosincrasia y del folclor sano que se vivió, siendo lo más
relevante que la mayoría de ellos, sólo
eran conocidos por sus
remoquetes ya que si los mencionaban por su verdadero nombre muchas personas no
sabían de quien se trataba.
Y este es el caso en la crónica de hoy: si yo les digo que voy a
referirme al señor Julio Zenón Rengifo, algunos van a quedar
desorientados al no saber de quien se
trata, por que por su verdadero nombre muy pocos lo conocen, pero si les digo que voy hablarles
de “Renzeta” ya muchos se van a tranquilizar y el recuerdo de su figura se va a
materializar en la mente de la mayoría
de los antiguos leticianos.
Este amigo leticiano por adopción,
nacido en Quibdó-Chocó, fue el médico
popular-por decirlo así-más conocido, pues con su profesión de farmaceuta sentó un precedente altruista
al dedicarse especialmente a atender la población indígena y la más
vulnerable de la región.
A él acudían médicos recién
egresados que llegaron a la ciudad, para
despejar dudas sobre ciertas enfermedades propias de la región, sobre todo las tropicales, de las cuales era un experto con la medicina tradicional y los menjurjes que preparaba, haciendo que
sus remedios fueran efectivos y sus
recetas de confiabilidad y credibilidad.
Estaba casado con una hermosa
brasilera con alguna apreciable diferencia de edad en contra del farmaceuta.
Personaje de respeto por su educación
y sapiencia de veterano, lo que le dio la oportunidad de ser la única persona
que reemplazó en su trabajo tanto al cónsul peruano como al brasileño cuando
precisaban salir de la ciudad, razón por la cual era muy estimado por esos dos
países por lo bien que los representaba.
Gran aficionado a la caza y a la
pesca, deportes a los cuales les dedicaba un día en la semana, para salir especialmente con sus amigos Carlos Sánchez y
Sixto Arbeláez el trochero mas conocedor
de la selva amazónica.
De Renzeta se han contado muchas
historias y anécdotas por su forma
peculiar de actuar, sobre todo
cuando de pesca o de caza se trataba.
Según palabras del doctor
Linterna, en una de las tertulias que se
formaban por ese entonces, por las
tardes en el bar “La Barra”, decía que
Chantall la hermosa francesa que trastornó al pueblo con
su llegada - aseguraba que acostarse desnuda a recibir los rayos del sol sobre el loto más grande del mundo, la
victoria regia, era sentir una de las sensaciones más agradables y placenteras que jamás en la vida
había experimentado, que ninguna droga o alucinógeno en el mundo la podía hacer
sentir. De ahí comentaban los veteranos, que en luna llena, los ancianos
ticunas se acuestan sobre el loto para recuperar las energías sexuales
perdidas.
Pues bien, el Dr Linterna contaba a raíz del comentario de Chantall, que Sixto
Arbeláez, aseguraba que cierto día que
visitaba unos lagos cerca de la ciudad, le llamó la atención la figura de un
indígena que, acostado en una victoria
regia completamente desnudo, tomaba los
rayos del sol, al acercarse comprobó que el personaje era Renzeta quien,
amarrado a una soga por la cintura y el otro extremo amarrado a un árbol en la
orilla, yacía extasiado contemplando la
inmensidad del cielo; de inmediato el comentario fue: con razón se sostenía con
una esposa tan joven y hermosa.
Otra anécdota que causa hilaridad
cuando la cuento, fue la que presencié personalmente en un día que fui su compañero de caza: salimos temprano
hacia los kilómetros en busca de alguna
pieza para cazar, pero lo más pintoresco era que íbamos en un Volswagen blanco de su propiedad,
bien polichado con una limpieza impecable. Más o menos a la altura del km 10 u
11 alcanzamos a ver una pava en un árbol, de inmediato Renzeta detuvo la
marcha diciéndome que esperara un
momento y bajándose lentamente del vehículo, se dirigió al portamaletas del
carro que queda en la parte delantera. Yo, desde el interior del mismo,
observaba la operación. Abrió el portamaletas y sacó un estuche en donde guardaba una
escopeta, la retiró con cautela y luego
sacó una bayetilla roja con la cual la limpio en su totalidad, procediendo acto
seguido a ponerle la munición; cuando la
tuvo lista me pregunto qué en donde estaba la pava y yo le dije riéndome:
saludes le dejó pues hace rato que se
fue. Con la seriedad que lo caracterizaba me dijo: para compensar esta
pérdida no hay nada mejor que un buen
trago de aguardiente pasado con leche y procedía a servirlo de una licorera que
portaba. Así nos entreteníamos todo el día, observando cuál animal se nos
atravesaba en la ruta.
Otra de las buenas anécdotas fue la que le sucedió cierto día que se fue de
cacería con varios amigos, a unos lagos por los lados de Puerto Alegría en la margen peruana.
Allí se cazaba una plumífera
llamada “Panguana” muy apetecida por la exquisitez de su carne, era una especie
de gallina. Su cacería, a la cual fui
con este personaje, otro día cualquiera, es la acción con la muerte más cruel y
alevosa que he visto, pues a este
animalito para atraerlo, debe silbársele
como lo hace el macho cuando está en
celo, la hembra responde con el mismo silbido y entre uno y otro se viene
caminando por entra la selva hasta donde escucha silbar.
Allí esta uno agazapado esperándola y apenas está a la vista, solo se escucha la explosión del tiro y el plumero que se esparce en el ambiente
por los impactos en su cuerpo, es una
muerte a quemarropa. Como decía ese día se fue con los amigos a cazar, con la novedad de que llevaron una
grabadora en donde tenía grabado el
silbido para evitarse el ejercicio.
Llegando al sitio se adentraron en la selva, instalaron
la grabadora en un sitio estratégico, la prendieron empezando a sonar el silbido repetitivamente; al poco tiempo el
silbido de la grabadora fue respondido por una panguana, ellos se hicieron a
una prudente distancia a esperar que el ave apareciera, cuando ésta lo hizo y
pasó al frente de la grabadora, fue tal la emoción al verla, que todos
dispararon al tiempo sin calcular el sitio en donde estaba el sonido, y tanto
ella como el animal quedaron reducidos a pedazos por los impactos. La risa fue
general.
Estas anécdotas e historias eran los temas de las tertulias que, como dije antes, animaban
las tardes tinteras en el chismoseadero de tradición en la ciudad de Leticia llamado “La Barra”, lugar que aún existe.
Carlos Javier Londoño O.