Octubre
01 de 2013
Crónicas leticianas 58
“En aquella época, todos dependíamos del narcotráfico
directa o indirectamente”.
Y continuamos con
las historias de tradición oral, traídas a colación durante las tertulias
efectuadas en tiempos atrás en el bar “La Barra”, relatadas por personajes que también hicieron parte del
historial de la región amazónica.
Esas historias fueron conocidas por muchos, pero
nunca las contaron, otros las ignoran,
algotros creerán en ellas, y muchos dudarán de la veracidad, sobre todo
cuando el tema toca incidentalmente a
algún conocido.
Pero que los hechos
ocurrieron y son parte de la historia popular, es una realidad innegable: ya
que hay material ignoto para demostrarlo.
Y esto va a suceder
con ésta crónica increíble, pero cierta, que involucrará indirectamente a un
personaje de la región muy querido por unos y muy cuestionado por otros. Desafortunadamente
esas fueron las cosas que sucedieron
durante la bonanza, hechos frente a los cuales no podemos ser amnésicos ni desconocedores, pues ésta fue narrada por una persona que -aunque nadie lo crea- estuvo
vinculada activamente al negocio
en la época histórica de la bonanza de la coca.
Rodríguez Gacha fue
invitado por primera vez a Leticia, por “alguien”
conocedor del promisorio negocio que tocaba las puertas del Amazonas; allí lo contactaría con el veterano hacedor de fronteras, conocido como
el “chico malo”, quien le serviría
como enlace para el nuevo negocio.
En su primera conversación, éste le aconsejo a
Gacha que llevara un vuelo chárter con marihuana adherida a los cartones de los
espaldares de los cuadros y espejos que
para tal fin, iban a llevar.
Los invitados,
antes de viajar a la región, compraron cuanto
cuadro de santo estuvo a su vista, sobre todo los más venerados por la
mayoría del pueblo colombiano, como el Sagrado Corazón, Sn Judas Tadeo, Sn
Antonio, Sn Martín de Porres, Sta Lucia, Sn Nicolás de Tolentino -- -entre
otros- recomendándole que completara el pedido con espejos de todos los tamaños .
Como la marihuana
era la droga de furor tanto en Leticia como en el lado brasileño y
peruano, el cargamento que iba ya estaba prácticamente vendido o cambiado por pasta básica de coca.
Cuando el avión
carguero de Aeronorte llegó al aeropuerto Vázquez Cobo de la ciudad, charteado
por el mexicano, fue un día de fiesta para todos los que sabían
del negocio, pues ya todo estaba
“cuadrado” para su recibimiento realizado personalmente por chico malo quien, al bajar la carga delante de los guardianes
aduaneros y policiales, destapó varias cajas y huacales (de los que no venían
envenenados) repartiendo cuadros y espejos a diestra y siniestra a todos los
recibidores del vuelo. El resto de la carga fue directo a la bodega de un
conocido comerciante desde donde se sacó
la marihuana que iba en pasta adherida a los espaldares de los cuadros, tal
como se había acordado, la que posteriormente se empacó para la venta, en
bolsas de un kilo.
Por esta labor los
colaboradores en el empaque de la droga recibieron como pago la mayoría de los
cuadros y espejos sobrantes de la operación; siendo ésta la causa por la cual
un día, y para los que vieron éste fenómeno y no lo sabían,
Leticia apareció inundaba de vendedores de cuadros y espejos por todas sus calles, los
cuales eran vendidos puerta a puerta por
cualquier precio.
Por primera vez los
cuadros de los santos más famosos de la iglesia católica recorrieron las calles
de la ciudad y ocuparon un sitio preferencial en algún hogar leticiano.
Los indígenas hacían
cambalaches de pieles, artesanías o alguno de los productos sacados de la selva con tal de no quedarse sin la
adquisición de un cuadro o un espejo; y es en ésta parte de la historia en
donde entra en acción nuestro personaje, el Prefecto Apostólico de la región,
quien le propuso a chico malo -debido a la acogida que tuvieron los cuadros- la
compra de ellos para revenderlos en las tiendas de los internados indígenas que
él manejaba.
Fue así como
Rodríguez Gacha, su hermano Pastor, y el
chico malo, se convirtieron sin quererlo en los propagadores de la fe católica, no sólo
en Leticia sino en Brasil y Perú.
Como los vuelos
chárter aumentaron, la llegada de marihuana se incrementó y por ende el canje
de ésta por pasta básica de coca, razón
por la cual entre el chico malo y un amigo tuvieron que ingeniárselas para
enviar la droga recogida para Bogotá
y Medellín.
El chico malo
haciendo funcionar su ingenio -sobre todo para esa clase de negocios- le
propuso al Prefecto llevarle, además de los cuadros, camándulas, crucifijos y
novenas, las cuales le cambiaría por artesanías, pieles y animales disecados,
además de comprarle también, una parte en efectivo.
Así mismo le hizo
éste comentario a sus colaboradores: “Yo soy muy amigo de algunos de los
artesanos trabajadores del cura,
personajes que además les gusta
mucho la marimba y la coquita, por eso
yo les pido que tallen toda clase de estatuillas en madera dura para nosotros,
y yo me encargo de que nos las entreguen directamente para después, con un
torno, hacerle los huecos en donde va a
ir camuflado el polvito y luego, bien selladas, se los devolvemos al taller
para que desde allí las despachen
directamente a Bogotá y Medellín aprovechando que éste cura es intocable en la
región.
Así que vamos a
montar unos almacenes de fomento y venta
de artesanías indígenas en el hotel Tequendama de Bogotá y
Nutibara de Medellín, negocios que estarán a nombre de personas fallecidas
para no tener problemas posteriores y de las cuales yo consigo el número de sus
cédulas.
Con esta idea en la
cabeza, Chico malo le propuso al
prefecto comprarle todas las estatuillas
y artesanías talladas por los indígenas, negocio que inocentemente
aceptó sin reparo.
Posteriormente
Gacha le envió al chico malo el torno y
las herramientas, y en un taller privado
camuflaban la mercancía.
El Prefecto ordenó
a todos los curas acaparar la producción
hecha por los indígenas en toda la
jurisdicción, empezando desde ese día el negocio más fácil y fructífero llevado
a cabo en el Amazonas ya que la
prefectura hacia inocentemente hasta
tres despachos mensuales de artesanías hacia Bogotá, sin ningún obstáculo ni contratiempo.
En el primer
embarque solo se pudieron camuflar 48 kilos de la droga, pues como el negocio
apenas se estaba iniciando, era muy poco lo que llegaba.
Fue así como nació,
en parte, este promisorio negocio que, por ser más sencillo de manejar y
lucrativo que la marihuana involucró a varios inversionistas paisas y de otras ciudades, en una sola sociedad que más tarde se
llamó “El Cartel de Medellín”.
Para culminar esta
crónica evoco las palabras del mismo prelado
cuando en sus homilías dominicales decía refiriéndose al negocio del
narcotráfico, que el que estuviera libre de pecado que tirara la primera piedra,
o que en esa época todos, sin excepción, estábamos directa o indirectamente
involucrados con el narcotráfico, y para
muestra un botón.
Por eso para ésta
época, no es válido aquello de” rasgarse
las vestiduras” como lo están haciendo algunos
personajes regionales, ante esta elocuente verdad.
Carlos Javier Londoño O.
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