Enero 22 de 2014
Crónicas leticianas 64
“El valor de la palabra y del compromiso”
Sería raro que una historia como
la que vamos a narrar se presentara en la época actual, dado a que la gente ha
cambiado sus valores.
Sucedió cuando la bonanza cocalera estaba en su furor
en la Amazonía colombiana; época cuando la palabra empeñada constituía un acto
de fe y de respeto, porque se creía en
ella y tenía valor como prenda de garantía para otorgar crédito a los negocios. Era una especie de
código de honor, a pesar de los personajes que la utilizaban.
Vivía en Leticia el señor Jaime
Corrales, quien como gerente del Banco Ganadero regía los destinos de esa
entidad en la ciudad , en una época en donde el dinero abundaba por doquier.
En una noche de farra de un fin
de semana cualquiera, se encontraba el susodicho compartiendo con varios amigos
y clientes en la cafetería de un prestigioso hotel, cuando fue abordado por un
“emergente” de la época, quien - como
buen cliente del banco - era conocido
suyo.
Afortunadamente, en aquella época no existían los rígidos protocolos bancarios
como los vigentes a la época; así,
cualquier sitio público podía convertirse en una oficina bancaria.
La finalidad
del acercamiento entre ambos
personajes, era la solicitud, por
parte del comerciante, de que el gerente le autorizara un sobregiro por 10 millones de pesos, una
suma considerable para entonces; era mucho dinero, pero fácil de conseguir si
se estaba en el “negocio” y de eso si sabían los gerentes.
El empleado bancario accedió a la
petición del emergente autorizándole el sobregiro, orden que estaría dando a
cuentas corrientes al otro día en horas de la mañana.
Él sabía que dicho sobregiro le
acarrearía una dádiva por parte del beneficiado, ya que ellos pagaban con creces
los favores de ese tipo: esa era una de las formas como casi todos los gerentes
conseguían una entrada adicional a su sueldo.
Al retirarse el emergente de la
mesa y darles las gracias mostrándole
los cinco dedos de la mano derecha
abierta, quiso decirle que le daría 500 mil pesos de regalo a cambio del favor, una
suma bastante halagüeña.
Las cosas quedaron así, el
gerente continuó departiendo con los amigos en la noche de ese viernes y el emergente se fue a su apartamento a
empacar maletas, pues al día siguiente viajaría a la capital del país.
Llegó el día lunes y el banco
abrió sus puertas normalmente; todos los empleados llegaron a cumplir con sus
funciones, a excepción del gerente que no apareció.
En horas de la tarde, en vista
que el gerente no se reportaba, fueron a buscarlo a su sitio de vivienda, con
tan mala suerte que lo encontraron sin vida, muerte ocurrida por efectos
naturales , según el reporte oficial,
desde el sábado en la madrugada; es decir, que hacía dos días había fallecido.
Su fallecimiento causó gran
estupor y pesar en la ciudad; posteriormente sus restos fueron trasladados a
Lorica, su lugar de origen, para darle
cristiana sepultura.
Mientras esto ocurría, el
emergente se encontraba en la capital del
país haciendo algunas diligencias sin
tener conocimiento del insuceso.
Días después, estando en su
oficina en la capital, fue visitado por
un amigo de confianza que había llegado de la capital del amazonas.
Al preguntarle por las novedades
del pueblo este le manifestó: Sabe qué compa, el que nos abandono fue don Jaime el gerente del
Banco Ganadero. - ¿Cómo así que murió don Jaime, qué pasó?. Pues según los
comentarios murió de un infarto.
Conturbado por la noticia lamentó
lo sucedido comentándole al amigo lo siguiente: Que vaina, el viejo se fue sin
recibir la platica que le había prometido, pero como la palabra es la palabra
y promesa es promesa, a partir de hoy lo
encargo para que busque a la familia y le haga llegar los 500 mil pesos que ya
se había ganado.
De inmediato le ordenó a la
secretaria diligenciar un cheque por ese valor
para saldar esa deuda.
Después de recibido el cheque, el
amigo lo guardó en su billetera prometiéndole que haría esa diligencia y que
ese dinero se lo haría llegar a alguno de sus deudos.
Varias semanas estuvo el cheque
en el bolsillo de este amigo, hasta el día en que viajó a Montería a visitar
unos familiares y aprovechar acercarse hasta la población de Lorica a buscar a los parientes del finado.
Fue así como preguntando, dio con
un hermano del extinto a quien le
explico el motivo de su visita.
Éste no podía creer lo que le
estaba contando.
El pariente le manifestó que la
familia del gerente se había ido del pueblo pocos días después del entierro,
pero que casualmente en la población se encontraba un hijo que había acabado
los estudios de medicina y estaba buscando quien le prestara 150 mil pesos para
pagos de derechos de graduación.
Sin pensarlo dos veces le
solicitó al tío que le ayudara a encontrarlo, pues ese dinero que él debía de
entregarle le caería como anillo al dedo.
Anduvieron por varios sitios del
pueblo hasta encontrar el muchacho; sentados en un cafetín, le explicaron el
motivo de su búsqueda, situación que no podía creer después de que le contaron
la historia. Con los ojos llorosos agradeció este gesto de honradez y
cumplimiento, por parte del emergente y del amigo que se propuso a cumplir con
la orden.
Para comprobar la entrega del cheque el joven le preguntó al
amigo qué donde le firmaba, sin mucho
protocolo el mensajero abrió una cajetilla de cigarrillos vacía y le dijo que
se la firmara a modo de recibo.
Hoy el muchacho es un gran médico
gracias al gesto oportuno de ese amigo quien, siendo otro, como los casos que
se están viendo actualmente, en vista del fallecimiento del gerente, se hubiera
hecho el desentendido con el compromiso adquirido con el difunto.
Carlos Javier Londoño O.