Marzo 13 de 2013-
Crónicas leticianas 32
“La fiesta del año”
Corría la década de los 80.
Leticia pasaba por su mejor momento económico.
Estábamos en la “bonanza” y el dinero se veía por doquier.
Cierta tarde, llego a mi casa una
tarjeta de invitación enviada por la
hija de un amigo en donde nos invitaba a mi esposa y a mi a celebrar la fiesta de sus 15 años que
realizaría en horas de la noche ese fin de semana, en uno de los exclusivos
hoteles de la ciudad.
Al observar la procedencia de la
tarjeta y lo significativo de la fiesta, lo primero que se me vino a la mente
fue el desfile de trajes que cada una de
las damas invitadas iban a lucir esa noche para no pasar desapercibidas.
No siendo nosotros la excepción,
llamé a Bogotá para encargar el vestido
que mi esposa y yo luciríamos esa noche, encargo que me imagino también estaba
haciendo más de un personaje, para evitar la uniformidad en la reunión.
Todos los invitados y pueblo en
general, comentábamos y esperábamos ansiosos la mencionada fiesta, pues como se
dice literalmente: iban a tirar la puerta por la ventana.
Llegó el día y la fecha de tan significativa
reunión. Desde tempranas horas empezaron a llegar al aeropuerto, aviones tipo
charter trayendo desde la capital, la
orquesta, invitados y todos los
samovares con las viandas, los
postres y el ponqué con que se serviría el bufé
con el cual irían a deleitar el paladar de los invitados.
Ya para la noche, el hotel estaba
decorado como para una fiesta estilo “las mil y una noche”. Todo estaba saliendo a la perfección.
A la hora de la citación,
empezaron a llegar los invitados los cuales eran recibidos a la entrada por la
quinceañera y los padres de ésta, y un mesero se encargaba de acomodarlos alrededor
de la piscina. Era una noche estrellada. y espléndida .
A medida que pasaban los minutos
la afluencia de invitados se hacia mas
notoria.
Una pasarela de Silvia Tcherassi
no tenía nada que ver con el despliegue de elegancia de las damas y caballeros invitados que ingresaban al
hotel.
Yo arribe con mi esposa más o
menos media hora después de la hora
indicada estrenando de pies a cabeza,
siendo recibidos como todos los que llegaban, por la homenajeada y sus padres.
Cuando ingresamos al interior del
hotel, observamos que la mayoría de mujeres nos miraban, sobre todo a mi
esposa, con una sonrisa maliciosa.
Al acercarnos a saludar a unos amigos que se encontraban sentados en
una mesa, vimos con asombro que la causa de tanta mirada era que otra invitada lucía
exactamente el mismo vestido que mi esposa, y ya ni modo de devolverse
porque todo el mundo tenía los ojos
puestos en ella. Fue ahí precisamente que entre los conocidos se armó la
recocha pues a las dos las bautizaron
como las “mellizas” y eso dio para romper el hielo y hacernos los locos como si
nada hubiese ocurrido haciendo caso omiso a la coincidencia.
Superando el impasse ya entramos
en confianza con los invitados.
Acto seguido, vino el baile del
vals por parte de la quinceañera y su padre y amigos mas allegados, dando
inicio a la fiesta la cual yo consideré
como la fiesta del año por la cantidad
de invitados, la ostentación, la
camaradería y amistad con que se disfrutó.
Terminado el vals y después del
brindis con champaña tipo Dom Perignon,
los meseros empezaron a repartir a diestra y siniestra whisky, aguardiente, vodka, ron y champaña y al son de un buen ritmo
interpretado por la orquesta, la fiesta se prendió con todo su esplendor.
Todos buscamos ubicarnos en las
mesas con los amigos de más confianza para gozarnos la reunión con todas las de la ley.
Afuera, la gente del pueblo se
deleitaba escuchando la orquesta y
observando el acontecimiento por donde desfilaba lo más connotado de la
sociedad amazonense.
El show se lo robaron las
mellizas con sus trajes iguales las cuales con su coincidencia posaban
para las cámaras familiares.
Todo marchaba a las mil
maravillas, El ponqué de cuatro pisos situado en la mitad de la fiesta, lo
mismo que las mesas con el bufé en donde los frutos del mar (mariscos,
langostas, pulpo, seviche etc.)
acompañados con ensaladas y arroces en todos los colores y sabores y la
variedad de postres, daban a entender
que la degustación gastronómica iba a ser inolvidable.
Al son de los tragos muchos de
los invitados sacaron a relucir lo bueno, lo malo y lo feo en su convivencia
festiva, mas sin embargo no se presentó ningún hecho que lamentar debido a la
amistad reinante en el jolgorio.
Ya en la madrugada, cuando ya el
licor había hecho estragos en la humanidad de muchos personajes, invitaron a
pasar a degustar del bufé.
Una larga fila se formó frente a
las mesas en donde a cada cual le servían la comida de su escogencia.
Muchos, talvez para demostrar un acto
de conocimiento gastronómico y caché, solicitaron langosta acompañada por ensaladas
que yo se que para muchos era la primera vez que sus paladares sentían esos sabores
afrodisíacos , pues algunos eran personas que a pesar de su dinero , eso de
darse una rodadita a Bogotá a degustar una buena cena no estaba entre sus
planes.
El “oso” no se dejó esperar, pues
algunos de los que como dije
anteriormente, nunca habían degustado una langosta lo hicieron en una forma tan
normal que hasta terminaron con la crocante caparazón como si
se tratara de cuero tostado de lechona.
Los arroces de colores y muchas especies
de frutos marinos permanecieron intactos en sus recipientes, pues nadie los
solicitó.
Los comentarios jocosos alusivos a este acto de desconocimiento en
degustación gastronómica, fueron el hazmerreír en toda la noche,
desafortunadamente ese es parte del
folclor en donde mucha gente cae en el
error por desconocimiento, falta de experiencia o de consulta o falta de salir
de su terruño a otras ciudades a vivir nuevas experiencias.
De todas maneras a pesar de esas
“vivencias” experimentadas en esa noche y que no estaban en el programa, la
fiesta, que duró hasta altas horas de la mañana, fue todo un éxito pasando a la historia regional como una de
las tantas “excentricidades” que se vivieron en la famosa época de la bonanza.
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