viernes, 14 de junio de 2013

Junio 14 de 2013


Crónicas Leticianas 44

“Llámalo como quieras: rezo, brujería o chamanismo, pero fue una realidad”

Cuando en la época de la bonanza cocalera en la Amazonía  colombo-peruana llegaron los ajustes de cuentas y los atracos en el río para despojar de la droga a los transportadores que se dirigían a Leticia, las  desapariciones y la muerte se hicieron comunes en esta vía fluvial, convirtiendo al Amazonas en el cementerio hídrico más grande del mundo.
Fueron muchos  los colombianos y peruanos  los que perdieron la vida,  y arrojados  a la profundidad del rio, principalmente en el trayecto  Iquitos- Leticia, vía principal en el transporte de la droga ilícita.
Entre los desaparecidos en el río en esa época,  que tuvo   relevancia posterior por la forma, - digamos así- sobrenatural como fue encontrado su cadáver, figura el caso del esposo de una paisa muy reconocida en la región, mujer trabajadora, echada para adelante que no se amilanaba ante  cualquier reto que la vida le deparara.
Cuando supo la tragedia del homicidio  de su esposo, se dio a la tarea de investigar por su propia cuenta con amigos y conocidos  sobre lo sucedido, pudiendo averiguar que,  después de  muerto, su cadáver había sido arrojado a las aguas del rio Yavarí en territorio brasileño.
 Desde el día  en que supo  de la muerte de su ser querido, juró que no descansaría hasta encontrar el cuerpo, para darle cristiana sepultura.
Para lograr su objetivo se desplazó hasta Tefe,  una población pesquera  situada a orillas del  río Amazonas en  Brasil. Allí se contactó con un brujo que le habían  recomendado y asegurado que con sus rezos y  poderes  le ayudaría a rescatar a su esposo.
Una vez hubo hablado con él  y hecha la negociación, regresó a Leticia a iniciar los preparativos para la operación de búsqueda y rescate del cuerpo del finado, en el río. En la ciudad pidió la colaboración de los cuerpos de socorro y de algunos amigos, quienes  prepararon  todo  para la  llegada del  misterioso  personaje.
Según  palabras de la paisa, el brujo  era un señor  de avanzada edad,   de pelo cano y luenga barba, que vestía una especie de saya, calzaba unas sandalias de cuero, y cargaba una mochila terciada al cuerpo, indumentaria que acompañaba con un grueso tabaco  que fumaba pausadamente.
 El brujo, la paisa y demás acompañantes, se subieron al bote que los trasladaría al sitio en donde supuestamente fue arrojado el cadáver.
Para esta operación los socorristas llevaban unas manilas largas, que terminaban en unos garfios metálicos.
Todos iban muy escépticos  con ésta operación  a excepción de la viuda que se veía optimista y confiada en el rescate.
Emprendieron el recorrido desde Leticia, río Amazonas abajo, hasta su confluencia con el rio Yavarí. Al llegar al sitio, por insinuación de ella, el bote fue apagado dejando que la corriente lo arrastrara, explicándole al brujo que por los datos por ella conocidos, ese era el área en donde supuestamente habían arrojado el cadáver de su esposo.
De inmediato el brujo se aprestó para iniciar el ritual. El silencio reinó en el bote.  Acto seguido, el personaje  prendió un tabaco, sacó de su mochila una cuya(totuma) y una vela blanca, la cual encendió y pegó en el centro de aquella acompañada por bocanadas de humo y por rezos que, entre portugués nativo y lenguaje indígena, musitaba en voz baja.  Inclinándose sobre la borda del bote puso lentamente la totuma sobre la superficie del agua, la  cual empezó a girar y a desplazarse llevada por la corriente, al mismo tiempo que enfatizaba en que le pusieran mucho positivismo al ritual para que éste fuera efectivo y explicó que en el sitio en donde se detuviera la totuma, ese sería el lugar en donde se encontraría el cuerpo y allí había que iniciar la búsqueda.
Todos se miraron incrédulos al ver la totuma desplazarse lentamente sobre la fuerte corriente. El bote seguía de cerca la totuma con la vela encendida que como caso raro, nunca se apagó a pesar del viento que sopla ordinariamente sobre el río.
Mientras tanto, durante el trayecto, el brujo seguía  fumando, rezando y sudando copiosamente.
Al llegar a la confluencia de los dos ríos, el Amazonas y el Yavarí,  en un rizado que se observaba en la superficie, la totuma se detuvo misteriosamente girando sobre sí misma a pesar de la corriente.
 De inmediato el brujo invitó a los socorristas a iniciar la búsqueda en el sitio. La tarea fue penosa y ardua, con lanzamientos y sacadas repetitivas de las cuerdas  del río, las cuales con los ganchos sacaban a la superficie todo lo que agarraban: madera, chamizos, llantas y cuanto material puede estar retenido en una empalizada, como aquella sobre la cual estaban buscando.
Llegaba la tarde y los ánimos decaían, pues hasta esa hora los resultados eran nulos.
Cuando ya desistían de la operación, uno de los socorristas sintió que había enganchado algo. Comenzó a halar y cuál no sería la sorpresa  de todos los ocupantes del bote, cuando vieron que una osamenta con ropas raídas y escasa de carnes- pues los peces la habían devorado- empezó a salir a flote.
La paisa pegó un grito de alegría por la recuperación del cadáver y de dolor al reconocer por las ropas al que fuera su esposo. Después de subir los restos a bordo, retornaron a Leticia en donde esta recuperación y rescate se convirtió en todo un espectáculo.
Los que estuvieron en ese operativo no lo podían creer, pero fue una realidad a pesar de los misterios que ello conlleva. La paisa recuperó el cuerpo de su esposo como lo había jurado dándole cristiana sepultura.
Este caso saturado de misterio, en uno de los muchos que se ven en la insondable selva amazónica.

Carlos Javier Londoño O.

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