sábado, 29 de junio de 2013

Junio 26 de 2013

Crónicas Leticianas 46
“Emergencia a bordo”

A finales de la década de los ochenta, otra de las bonanzas que se unió al descalabro de la región del Amazonas fue la del oro  que se presentó cerca de  La Pedrera, población situada a orillas del río Caquetá.
Esta bonanza produjo  una ola de ambición en el Amazonas de tal magnitud, que la gente en Leticia vendía todas sus pertenencias para conseguir algún dinero  para poder viajar a la Pedrera en  busca del preciado  metal.
Yo ya había salido de Leticia y me encontraba casualmente trabajando en Villavicencio, como gerente de  una  importante empresa aérea de pasajeros y carga que, con cuatro aviones tipo D-3 con motores  a pistón, cubríamos las rutas  a diferentes lugares de los territorios nacionales.
Al enterarme de esta nueva bonanza y de la dificultad que  la gente  tenía  para viajar al sitio de la aparición de la veta en la Pedrera, solicité permiso a la Aeronáutica Civil para hacer esa ruta, entidad que nos autorizó  viajar: Villavicencio- La Pedrera – Leticia - La pedrera - Villavicencio con un tiempo de  más de 5 horas de vuelo,  desde el inicio en  Villavicencio hasta  el final en Leticia.
Volábamos los sábados desde  Villavicencio hasta La Pedrera y continuábamos hasta Leticia  en donde se pernoctaba, y nos regresábamos al día siguiente, o sea el domingo, por la misma ruta.
Todos los vuelos salían con cupo completo, copando toda su capacidad  con veinticuatro pasajeros y tres toneladas de carga, la cual en su mayoría eran víveres, cerveza y gaseosas, plantas eléctricas,  palas, picas, motores fuera de borda, rollos de paroy, gallinas, cerdos y toda clase de elementos  para negociar en la región.
Las reservas para los vuelos  permanecían llenas, pues era mucha la gente que estaba viajando  desde Leticia y desde Villavicencio a rebuscarse la vida en esta nueva bonanza amazonense.
Así empezamos a experimentar esta nueva ruta que benefició a muchas  personas y por supuesto a la empresa. 
En uno de los vuelos del fin  de semana, como siempre, el avión decoló a las 6 am con el fin  de hacer el recorrido selvático con la luz del sol, por si acaso se presentaba alguna emergencia que precisara el  regreso  del avión o el aterrizaje en alguna pista de  las tantas que se encuentran  sobre  la ruta, ya fueran legales  o  del narcotráfico.
Yo siempre acompañaba ese vuelo, para disfrutar la alegría de compartir con mis viejos amigos esos dos días en tierra amazonense, recordar viejas épocas pasadas, y por ende,  colaborar con la causa.
El día de la emergencia, como de costumbre, salimos temprano sin ninguna novedad con buen clima y buena visibilidad; posteriormente, al dejar el llano y empezar a volar sobre selva,  el avión entró a una tormenta  que nos acompañó por mucho tiempo.
Ese día llevábamos  más  o menos tres y media horas de vuelo, en medio de ese torrencial aguacero que impedía la visibilidad metros más adelante. Sin embargo todo era normal, la comunicación con la torre de control de Villavicencio funcionaba bien. De un momento a otro el motor No 1 que corresponde al lado izquierdo del piloto, empezó a “escopetear”- como dicen en la jerga aeronáutica - el cual es un sonido parecido a la tos. Esto ya no era normal, porque lo mínimo que había que hacer en este caso, era apagarlo, para que no se fuera a fundir, pero en las circunstancias en que volábamos, con el avión lleno era algo riesgoso, aunque ese avión puede volar con un solo motor sobre todo a la altura en que íbamos, más aún, es tan seguro ese avión que a esa altura  puede perder los dos motores y  puede planear  debido a la posición de sus alas,  dando tiempo de buscar en donde aterrizar. La situación no dejaba  de ser   preocupante.
A los pocos minutos  ocurrió lo que tenía que ocurrir, el motor se “perfiló” es decir, se paró.
Ya noté la inquietud de la tripulación,  sobre todo cuando me manifestaron que la radio- ayuda en la Pedrera se había apagado. Ahí si me asusté, porque se  estaban dando tres condiciones para un accidente aéreo: sin radio-ayuda, con tempestad, con un motor fuera de servicio y el avión con  carga completa.
El temor de la tripulación era que al quedar un solo motor éste tenía que suplir la potencia del otro que falló, lo cual lo forzaría más y podía ocurrir lo mismo: fundirse,  razón por la cual había que tomar una determinación lo antes posible.
Al preguntarme el comandante qué hacer le respondí: comandante, yo soy el gerente en tierra,  usted en el aire es el dueño del avión, así que haga lo que tenga que hacer en beneficio de  las treinta personas que vamos a bordo.
La solución inmediata que nos puede favorecer - me dijo - es botar al vacío toda la carga a bordo, toda es toda, inclusive la herramienta del avión, con el fin de aligerar el peso de la aeronave y bajarle revoluciones al motor bueno para que no vaya a “sacar la mano”.
Listo comandante, esa es una orden, y de inmediato se le comunicó a los pasajeros la determinación la que no fue del agrado de algunos pues,  para la mayoría , la carga era el plante que llevaban hacia la mina a rebuscarse el sustento, desafortunadamente aquí importaba más la vida de todos.
De inmediato el mecánico y el auxiliar de vuelo se amarraron por la cintura con una cuerda, la que a su vez se amarró a una parte segura del avión, con el fin de evitar que la fuerza del aire los sacara de la aeronave.
Una vez hecha esta operación, se procedió a acercar la carga a la puerta principal del avión, que constaba de dos alas, se abrió una de ellas y empezó la tediosa y arriesgada maniobra del lanzamiento de la carga al vacío, lo cual debía hacerse con mucho cuidado y precisión, de manera que al arrojarla no se estrellara  contra la cola de la aeronave, porque así se complicarían  más las cosas.
Cajas de cerveza y gaseosas,  bultos con papas, bultos con víveres, rollos de paroy- que es una tela impermeable para hacer cambuches - maletas, maletines  guacales con gallinas, generadores  eléctricos, motores fuera de borda pequeños, palas, picas y en fin todo lo que pesara y estuviese a bordo excepto los pasajeros, todo había que tirarlo. Sólo  quedamos con lo que llevábamos puesto.
Ese día, para mayor  trauma, nos tocó presenciar  en “vivo y en directo” la  arrojada al vacío de un cerdo de unos 50 kilos que iba a bordo, que cosa tan impresionante presenciar éste espectáculo, pues por los chillidos estertóreos que emitía el animal al sujetarlo, parecía presentir que la muerte le había llegado. Ver la repulsa que ejercía para no dejarse arrojar era una sensación inhumana de crueldad, desafortunadamente había que hacerlo por las vidas humanas que íbamos a bordo. Una vez terminada esta operación, sentimos que el rugir del motor disminuyó al bajarle la potencia el comandante.
Como nos encontrábamos cerca de la Pedrera, según  el tiempo volado y por la ruta demarcada por coordenadas, el comandante procedió a tratar de sacar el avión de la tempestad y buscar a ojo  el río Caquetá que les sirviera de guía,  lo cual hizo bajando  de altitud.
Efectivamente, cuando el avión bajo millares de pies  a una altura prudente sobre el verdor de la espesa selva, la lluvia amainó y la visibilidad aclaró,  permitiéndole al copiloto divisar el rio.  
Como otra medida de seguridad el comandante ordenó a todos los pasajeros colocarse en posición fetal, o sea con la cabeza sobre las rodillas y  cinturones de seguridad amarrados porque iba a bajar el avión al límite de altura de sustentación  para sobrevolar  rasante sobre el río, de manera que si el otro motor fallaba, acuatizaría de inmediato.
En el interior del avión solo se escuchaba el murmullo de mucha gente rezando y algunos niños llorando.
Cuando el avión empezó el descenso a sobrevolar el rio, en lontananza también se divisó lo que parecía ser la población de la Pedrera, visión que animó a la tripulación y a la gente que íbamos a bordo. Esta felicidad no duró mucho cuando el motor empezó a escopetear, señal que también  estaba empezando a fallar, las oraciones se acrecentaron pidiendo resistencia al motor para que nos permitiera llegar al aeropuerto  y no acuatizar en río.
Así songo sorongo como se dice coloquialmente, el avión se fue acercando poco a poco hasta tener al frente el aeropuerto de la Pedrera; los gritos y aplausos se sintieron por todo el avión  y así, tras hora y media más o menos de desasosiego - desde que se presentó la emergencia - pudimos aterrizar  sanos y salvos.
Cuando el avión se estacionó y apagó el motor la gente se tiraba por  la puerta y,  llorando arrodillados, daban gracias a Dios.
Yo recuerdo que me pasaron media de aguardiente para que  ingiriera un trago y casi me la tomo  toda, pues el susto aún estaba vigente.
De inmediato  fui en procura de un teléfono para comunicarme con  Villavicencio para reportar la novedad, y que informaran a la aeronáutica sobre el feliz desenlace de la emergencia  y  ordenar el envío de otro avión con mecánicos, para desvarar el avión en tierra y continuar el recorrido, avión que llegó sin ninguna novedad  a la Pedrera pasadas las cinco de la tarde, con los mecánicos solicitados que irían a desmontar el motor que se había fundido y posteriormente mandarlo a reparar a Bogotá.
Como todo en la vida no es felicidad, una vez hubo pasado el susto y los pasajeros se tranquilizaron, vino el reclamo por sus pertenencias arrojadas al vacío,  pues nos aseguraban que  ese era el plante que tenían para rebuscarse en la mina: creo que  tenían razón, pero siendo una situación de fuerza mayor la cosa era diferente, reclamo que me alteró por la falta de solidaridad de los pasajeros.  Les comente que  para responder por ello debía comunicarme con los seguros para darles una respuesta definitiva.  Por la tarde me comuniqué con uno de los socios de la empresa, al cual le expuse la situación  aceptando que había que pagarles para evitar un problema mayor, que todo eso lo cubriría el seguro.
Por la noche me reuní con ellos   haciendo un acuerdo económico con cada uno, basado en los kilos que llevaban como carga y equipaje, adelantándoles dinero en efectivo para que se solventaran mientras llegaba el resto de la plata, solucionándose todo satisfactoriamente.
Esa noche hubo fiesta en la población por cuenta de la empresa.
Al otro día muy temprano salimos para Leticia en el otro avión que llegó a reforzarnos, para terminar la ruta truncada por la emergencia, tanquear y devolvernos de inmediato a  la Pedrera para tener tiempo de llegar a Villavicencio antes del anochecer.
Dejando el avión averiado a buen recaudo en manos de los mecánicos que llegaron a atender el desperfecto, salimos  a cumplir  el último tramo La Pedrera-Villavicencio llegando al atardecer sin ninguna novedad.
Esta fue otra de las tantas aventuras vividas en esa hermosa tierra amazonense, la cual fue sorteada positivamente debido a la experiencia de los comandantes de la empresa  y al buen mantenimiento dado a las aeronaves, en donde quedó demostrado que éstos aviones tipo D-3 fueron de los mejores fabricados para la época de la segunda guerra mundial, en la cual  brillaron por su versatilidad.
El avión averiado permaneció más de un mes en la Pedrera mientras hacían la reparación del motor,  posterior a su instalación, voló de nuevo a la sede en Villavicencio, en donde aún, sigue volando.
Carlos Javier Londoño O.  


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