miércoles, 10 de julio de 2013

Julio 10 de 2013

Crónicas leticianas 48
“Excentricidades en la bonanza”

Fueron muchos los “emergentes” famosos que se pasearon por las calles de la ciudad de Leticia durante la bonanza del narcotráfico en los años 70 y 80.
De ellos,  varios fueron extraditados, otros fueron dados de baja por ajuste de cuentas o por manos de las fuerzas gubernamentales, algunos están presos en cárceles colombianas  y los que lograron superar la situación, viven con el estigma  de ser o haber sido un narcotraficante.
Algunos dejaron historia en la ciudad, al tratar de sobresalir con actos a veces salidos de lo normal, que si producían malestar en la ciudad, su majestad “don dinero” cubría cualquier perturbación  ocasionada por la inoportuna excentricidad. Otros con sus actos benéficos, trataban de convencer a las autoridades de la legalidad de su trabajo.
Lo cierto es que las excentricidades  se dieron y todo se veía normal pues, vuelvo y  repito, el dinero tapaba cualquier irregularidad o perturbación atípica en la ciudad.
Y para muestra un botón: Unos se destacaron por llevar, en vuelos chárter,  caballos de paso para exhibirse por la ciudad; otros, por llevar plaza portátil para hacer corridas de toros o  llevar gallos famosos para efectuar, en la gallera, millonarias peleas. Algunos se distinguieron por hacer sus bacanales en prostíbulos y casas particulares, en donde  las hermosas mujeres, el licor y la droga, eran las reinas  de la noche. También se destacaron por hacer fiestas inolvidables  de cumpleaños, en las cuales  la gastronomía  y el ambiente musical amenizado por cantantes famosos,  llevados desde Bogotá, eran el atractivo,  o por llevar, con dinero del narcotráfico, representante por el Amazonas al Reinado Nacional de belleza en Cartagena. Otros se destacaron por su  colaboración interesada a sus  fines personales, como aquél que regaló la primera ambulancia para el hospital San Rafael de Leticia.  En fin, no había nada imposible de hacer en la región, cuando de pasar una noche alegre con algo de anormalidad se trataba.
El caso más particular era la excentricidad de un conocido personaje que, cuando visitaba  la ciudad  de Leticia, casi siempre llegaba “entonado” por las bebetas que se daban a bordo, con la anuencia de las azafatas en el vuelo comercial en que llegaba, situación muy normal vivida en el transporte aéreo de pasajeros de la época.
Como el avión llegaba después del mediodía, hora de calor insoportable, después de instalarse en el hotel, vestido con pantaloneta de baño, botella de whisky en mano y seguido por sus damas de compañía,  se dirigía a la piscina apoderándose de ella y ordenando a sus escoltas traer la banda de músicos del Apostadero Naval, que para ese tiempo era la banda que, con músicos maestros como Picón, Zabala,  el viejo Cuba  y Nory, entre otros, animaban popularmente cualquier evento.
Una vez llegaba la banda, la fiesta se prendía alrededor de la piscina y el licor y la comida empezaba a circular por cantidades.
Mientras tanto, el  personaje disfrutaba la piscina con sus mujeres, las cuales lo bañaban con whisky al son de juegos y risotadas.
Todos bebían por parejo: los miembros de la banda, el personaje  sus invitados y los escoltas quienes, para atender al patrón, ponían en cada esquina de la piscina un vaso con Whisky. El personaje se sentaba en la primera esquina a escuchar la música y a beber el vaso servido; cuando lo terminaba, se introducía a la piscina y nadando iba  hasta la otra esquina, y así sucesivamente repetía la operación hasta ingerir los cuatro vasos. Esta ronda la hacía  varias veces, mientras tanto la banda no dejaba de tocar y de beber.
 Cuando ya estaban todos “prendidos”, le ordenaba a la  banda que se introdujera  a tocar, en la parte baja de la piscina. Y era  en ese preciso instante en que empezaba su diversión.
Él también se introducía en la parte baja junto a la banda, sacaba un billete de 50 dólares el cual les mostraba a los  integrantes. Luego se sumergía   para pisar el billete con el pie. Posteriormente, al emerger, les decía que a la voz de tres el primero que cogiera el billete,  se haría acreedor a él.
Imagínense el despelote, todos inmediatamente se sumergían  en busca del billete sin importarles el instrumento; afuera las risas y carcajadas se sentían por toda la piscina; instrumento que se dañaba a los ocho días estaba restituido. Esto duraba toda la tarde hasta  entrada la noche, pues ese era el compromiso para la tranquilidad de los huéspedes  a la hora de dormir.
Como la armada empezó a poner  “peros” para alquilarle la banda, aduciendo de que estaban tocando para mafiosos, el señor ni corto ni perezoso mando  comprar a Bogotá sus propios instrumentos, que  guardaba en una casa de confianza en la ciudad y los cuales, junto con los integrantes de la banda, estaban a su disposición cuando él llegaba a la ciudad.
Ustedes se preguntarán: ¿pero todo eso era permitido en el hotel?  Claro que sí, porque el consumo diario por ese concepto, fuera de habitaciones y otras extras sumaban, a su partida, varios millones de pesos que pagaban sin remordimiento y sin exigir cuentas.
Esa fue  otra de las “rarezas” que se pudieron observar durante el transcurso en que duró la famosa bonanza, que si bien trajo su poderío económico, fue una experiencia fugaz pues, como lo pueden comprobar, ninguno de esos personajes dejó una obra para el bien laboral de la ciudad  que lo hiciera recordar en la posteridad, aparte de los huérfanos que dejaron, niñas que a cambio de unos dólares contaminados, perdieron su virginidad, hijos que algunos de los cuales ni saben quién es su padre, el deterioro de la economía, la carestía de los productos que aún sigue vigente y lo más importante: la herencia de una  vida disoluta, auspiciada por la  mentalidad   del dinero fácil, en una ciudad en donde todo es posible y si no, el dinero lo hace así.

Carlos Javier Londoño O.

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