Mayo 07 de 2020
Crónicas paisas 19
"Mis primeros trabajos"
Esta crónica en parte, es extraída de uno de los capítulos del nuevo libro titulado “Yo también tengo mi historia” libro autobiográfico que con un estilo parecido a “Hildebrando” del escritor Jorge Franco Vélez, estoy escribiendo.
Corresponde al capítulo “mis
primeros trabajos” con los que inicié mi vida laboral en Medellín en una época
económicamente difícil para unos pueblerinos llegados a una ciudad en donde todo era nuevo para nosotros. Aquí
lo más importante fue que salimos del
pueblo, llegamos a la ciudad, nos instalamos y empezamos la ardua tarea
sobrevivir.
Mi primer trabajo, cuando era un
chico imberbe que cursaba quinto de primaria en la escuela Francisco Antonio
Zea situada cerca al parque del mismo nombre, fue en la zapatería de un amigo
de la casa la cual se llamada “ Zapateria Muchilanga” situada en Carabobo con La paz diagonal a la
Panadería de las Palacios. Allí por el almuerzo y unas cuantas monedas, colaboraba
como auxiliar de zapatería, trabajo que consistía en martillar sobre una plancha apoyada en mi muslo un pedazo de cuero curtido para
adelgazarlo el que una vez adelgazado, servía para remontar la suela a los
zapatos ya desgastados.
Por la tarde regresaba a mi casa
con las piernas adoloridas por el golpeteo del martillo sobre unos huesos y
músculos en formación. Mientras hacia las tareas, mi madre me ponía paños de agua caliente con sal para
aliviar el dolor.
Meses después y ya más formado
físicamente, entré a trabajar como mensajero en una farmacia, trabajo que
considero como mi primera experiencia laboral pues allí si devengaba un sueldo,
que aunque no era el mejor de todos, si me servía para defenderme en mis gastos
escolares pues ya había entrado a estudiar
primero en el Liceo Antioqueño. A esta farmacia llamada “Claret” que quedaba en
Carabobo con La Paz diagonal al Teatro Olimpia, entré por recomendación de mi
tía que trabajaba como contadora y era amiga del dueño, un señor adulto mayor
de nombre Juan Crisóstomo Gómez, viejo mañoso, bebedor, mujeriego, avaro,
huraño y otras cualidades muy comunes en las personas adultas de la época.
Presentado al dueño, fui admitido
en el trabajo.
Para ejercer la nueva actividad como
mensajero, Don Juan puso a mi disposición una vetusta bicicleta de las llamadas
“cachonas” la cual recibí con desdén por su aspecto, pero no habiendo más, había que empezar.
Al otro día después del mediodía,
posterior a la salida de mi estudio mañanero, entré a ejercer esta nueva experiencia laboral
hasta las 7 pm.
Desde el primer pago, haciendo un
esfuerzo y privándome de algunas compras necesarias, sacaba algo de dinero para
invertir en la refacción y engallamiento de la bicicleta, pues como era mi vehículo de trabajo, por mi
seguridad, lo lógico era que estuviera en óptimas condiciones y fue así como
poco a poco la pinte, le puse frenos y llantas nuevas, le acondicione pito
y le puse calcomanías, en resumen la
deje como una uva.
Todo iba muy bien, pues aprendí a
defenderme en localizar direcciones y evitar el tránsito vehicular en la ciudad
entregando a tiempo los domicilios solicitados, hasta cierto día en que al ir a
entregar un domicilio por los lados del estadio, me ocurrió este incidente. Como
estaba lloviendo, tomé una capa para defenderme de la lluvia, la que puesta sobre los manubrios nos cubría
del agua que caía por la parte delantera y también nos cubría la parte trasera evitando que nos mojáramos la ropa.
Para proteger el pedido de la lluvia lo introduje por entre la camisa
y arranque lento pero seguro a la entrega del domicilio. Cercano al sitio de entrega, con la lluvia
amainada, al pasar por un puente me salió un individuo, que armado con cuchillo
me amenazaba pidiéndome que le entregara la bicicleta, en el forcejeo me mando una
cuchillada al estómago el que afortunadamente tenía cubierto con la capa y con
los remedios los que impidieron que el arma penetrara en mi piel. En ese mismo
instante pasaba un automóvil particular quien al ver la acción, detuvo su
vehículo para ayudarme poniéndome a salvo del ladrón quien puso pies en polvorosa, huyendo del
sitio. Después del susto me revisé detenidamente observando la capa rota, lo
mismo que la caja del remedio que llevaba por entre la camisa el cual amortiguó
la entrada del arma blanca.
Agradeciéndole al salvador su buena
acción, tome la bicicleta y con la piernas aún temblorosas, me devolví a la farmacia llevando
tremendo susto a bordo, sin haber entregado el domicilio solicitado.
Al llegar le expliqué a mi tía y
a don Juan sobre lo sucedido, viejo
prostático, quien después de escucharme,
montó en cólera por la no entrega del domicilio, ultrajándome de palabra
y casi de acción.
Al ver esta actitud en donde le
importó poco lo que me hubiese sucedido, dándole prioridad a su dinero, le
expresé que hasta ese día trabajaba.
En forma grotesca le ordenó a mi
tía hacerme la liquidación.
De inmediato le pregunté en buen
tonito, qué cuanto me iba a reconocer
por las mejoras que de mi cuenta, le invertí a la bicicleta. Contestándome que nadie me había autorizado a hacer esas
mejores, que eso me pasaba por sapo y que por lo tanto no me iba a reconocer ni
un peso. Dejándome con la respuesta en la boca, se entró a su oficina y cerró la puerta. Esperé que mi
tía me diera el dinero fruto de mi trabajo y después con la putería de Londoño
pisoteado, respiré profundo y fui a la basura,
de donde saqué una sierrita de esas con que se aserraban los frasquitos
de agua destilada para mezclar con los antibióticos y de inmediato empecé a
raspar con furia el marco de la
bicicleta desvalijándola al mismo tiempo todo lo nuevo que le había invertido. Mi tía miraba de soslayo pero no pronunciaba
palabra ni me decía nada pues sabía de lo explosiva que era esa sangre Londoño.
Cuando don Juan salió de su
oficina y vio lo que estaba haciendo, casi le da un infarto de la verraquera
que hasta trato de agredirme, acción que esquive con mi agilidad juvenil, no
sin antes coger a patadas los rines de la bicicleta dejándola vuelta mierda y
retirándome con las palabras elocuentes
de paisa enfurecido: “Ahí le dejo la bicicleta tal como me la entregó
viejo hijueputa miserable”. Mi tía no lo
podía creer.
Por la noche, cuando llegó, yo estaba listo y preparado para responderle
a cualquier comentario sobre el incidente, pero como que la olió porque no me
dijo absolutamente nada. Creo que desde ese día la vena rebelde y
revolucionaria ante la injusticia, empezó a manifestarse en mi humanidad. Posteriormente entre a trabajar en la bomba Esso No 5,
emporio de gratas experiencias.
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