viernes, 22 de mayo de 2020

Mayo 22 de 2020
“Experiencias a gran altura”

Como gerente de una importante empresa aérea en Villavicencio, tuve la fortuna de recorrer en sus aviones muchos lugares de Colombia, algunos de ellos desconocidos para mí, sitios adonde volábamos por itinerario o vuelos chárter  autorizados por la Aeronáutica Civil. El tipo de aviones al servicio de la empresa eran los famosos Douglas DC-3 conocidos como los “camperos del Llano” por su versatilidad, seguridad y capacidad de aterrizar en pistas en donde solo entra el ojo de Dios o una mula buena. Allí aprendí mucho sobre ellos, en especial, acerca de su mantenimiento del cual estaba muy pendiente para brindar confianza y seguridad a los usuarios del servicio entre los que me  encontraba, complementando esta seguridad con la experiencia de los pilotos, la mayoría de ellos ex comandantes de la Fuerza Aérea Colombiana.
La flotilla  de aviones la conformaban 4 DC-3 de los cuales el favorito por todos los pilotos era el HK 1315 avión con un historial descrito por Germán Castro Caycedo en su libro    llamado “El Alcaraván”  en donde narra  la historia de los aviones DC-3 que operaban  en el llano. Cuenta, entre otros,  que ese avión o sea el HK-1315 despegando de Monterrey pueblo del Casanare,  le falló el motor derecho aterrizando de barriga   sobre la sabana, en cuyo arrastre  se llevó consigo y con el plano derecho algunos semovientes que estaban pastando en el área. Así continúo deslizándose por más de trescientos metros hasta caer en una zanja en donde se partió en dos.
En el avión iban 21 pasajeros que resultaron ilesos en la emergencia  quienes permanecieron en silencio durante el percance hasta cuando salieron del avión,  sanos y salvos.
Posteriormente a la caída del avión mandaron  de Villavicencio otro DC-3 hasta Barranca de Upía a hora y media  de vuelo del accidente  para evacuar a los sobrevivientes, ninguno de los cuales quiso montarse en el avión porque  de aviones, no querían saber nada.
En el lugar del accidente, la aeronave permaneció en reparación por seis meses en donde manos experimentadas de mecánicos, enteladores, expertos en reglaje y carpinteros lo armaron de nuevo. Después del vuelo de prueba y con las correcciones respectivas, voló rumbo a Villavicencio en donde la empresa a mi cargo, lo compró para hacer parte de su flota.
Este era el avión consentido por la empresa y los pilotos, quienes se lo disputaban para volarlo debido a su rapidez y seguridad.
Los que tuvimos la suerte de volar en esos vetustos aviones, tarde que temprano habríamos  de experimentar alguna situación positiva o negativa  en vuelo    que nos pudo marcar. De ahí que  les  detallaré algunas de las que  me sucedieron.
Resulta que para la década de los noventa se presentó  en Colombia una ola invernal que azotó casi todo el país en especial la costa, el Magdalena Medio y Córdoba  sobre pasando todas las predicciones  dadas por el  Himat (Instituto de hidrología,  meteorología y adecuación de tierras).
La mayoría de los ríos  se desbordaron, arrasando con cosechas, produciendo, epidemias y  la mortandad de personas debido a las mordeduras de serpientes que buscaban refugio en tierra.
A raíz de ésta emergencia, uno de los socios de la empresa se unió a la solidaridad nacional pidiéndome el favor de que comprara en Bogotá en  el INS (Instituto Nacional de Salud) unas 500 dosis de suero antiofídico polivalente. Que dispusiera de un DC-3 de la empresa, he hiciera esa diligencia volando de  Villavicencio a  Bogotá a comprar  el suero  y de ahí, a Montería  en donde se repartirían esas dosis  en hospitales y centros de salud de los diferentes pueblos de la región
De inmediato me puse en contacto con una persona de confianza en Bogotá para que  consiguiera las dosis solicitadas  mientras en la empresa,  acondicionan el HK-1315 para hacer el recorrido.
Debido a la demanda de suero por la emergencia a nivel nacional, sólo se consiguieron 100 dosis.
En vista de que  el avión  iba prácticamente vacío pues solo viajábamos el piloto, copiloto, mecánico, auxiliar de vuelo y yo, llamé a mi esposa quien residía en Bogotá para que nos acompañara en el viaje y en la entrega de los sueros.
Muy temprano, al otro día, volamos de Villavo al Puente Aéreo en Bogotá  en donde nos esperaba mi esposa con el encargo de las  dosis conseguidas.
Una vez recogida mi esposa y  el material, decolamos rumbo a Montería a donde  llegamos antes del mediodía, sitio en donde nos esperaba un amigo del patrón quien vivía en Sahagún y que fue contactado para que nos recogiera y  nos transportara por los diferentes pueblos en aras de repartir el suero antiofídico.
Como había tiempo más que suficiente, después de asegurar el avión en el aeropuerto de Montería, almorzar y montar  todo el material en la camioneta, salimos rumbo a Planeta Rica primer pueblo en la ruta, luego seguimos a Pueblo Nuevo, Ciénaga de Oro, Cereté, San Pelayo, Lorica, Shinú y por último Sahagún.
En todos esos pueblos dependiendo de su censo  poblacional,  dejamos proporcionalmente,  en sus hospitales y centros  de salud una buena cantidad de sueros.  Todos quedaron muy agradecidos y las atenciones fueron máximas  por esa  demostración de solidaridad, detalle que iba a repercutir en la salvación de algunas vidas.
Al llegar a Sahagún ya teníamos disponibilidad de hotel en donde nos hospedaríamos.
Una vez registrados,  tomamos  un baño, nos  cambiamos y esperamos que el anfitrión nos recogiera más tarde para asistir en su casa, a una recepción que  nos tenían preparada.
Ambiente familiar, cerdo frito con arroz, patacones,  queso y suero costeño fueron las viandas servidas, acompañadas de buen licor y buen ritmo costeño.
Allí estuvimos varias horas disfrutando del convite. 
Como debíamos salir temprano para Villavicencio, entrada la noche decidimos irnos a descansar, despidiéndonos y agradeciendo la recepción.
A las 8 am ye estaba el amigo esperándonos en la portería del hotel para trasladarnos al aeropuerto de Montería.
A las  10 am ya estábamos despegando rumbo a Villavicencio.
Cuando el avión despegó pude notar que estábamos volando en círculo sobre la ciudad averigüé el motivo, explicándome el comandante que era para llegar a la cordillera oriental con buena altura y poder cruzarla sin contratiempos y una vez atravesada, empezar  el descenso hacia Villavo.
La somnolencia  en mi cuerpo y  en el de mi esposa, por los tragos y el trasnocho  se dejaron sentir apenas el avión empezó a ascender que decidimos, como se dice coloquialmente “echarnos un motoso a bordo”. Con el transcurrir del tiempo de vuelo, uno se va  acostumbrando al sonido unísono de los motores.
Todo marchaba bien, dormitando al arrullo de ruido de ellos. Cuando volábamos  por encima de la cordillera el sonido de los motores cambió razón por la cual y como instinto de conservación nos despertamos. Al mirar mi esposa por la ventanilla pudo observar que la hélice del motor derecho estaba parada, entrando en pánico, reacción ante la cual me tocó calmarla diciéndole que no había problema, que ese avión  en el que volábamos era tan seguro que podía volar con un solo motor, que inclusive si se le apagaban los dos motores, debido a la posición de sus alas  y si lleva una buena altura podía planear.  De todas maneras me levanté del asiento y me dirigí a la cabina a averiguar  acerca de la emergencia.
En la cabina, el comandante me explicó que debido a la gran altura que llevábamos la hélice se paró porque sufrió una especie de congelamiento razón por la cual hubo que perfilarla (Operación que consiste en darle, desde la cabina, un torque al aspa de la hélice para que quede cortando el viento de perfil y no quede de frente haciéndole resistencia). Para compensar la pérdida del motor y no forzar el  otro, se le bajan las revoluciones  para que trabaje más suave y así evitar alguna eventualidad. Del motor apagado me comentó que cuando  estuviéramos en descenso volvería a encender. Ante esta explicación quedé más tranquilo y me fui explicarle a mi esposa para que se calmara diciéndole que afortunadamente íbamos livianos  y que eso nos favorecía.
Así continuamos volando por muchos minutos más sobre la cordillera rumbo a nuestro destino.
El sueño trato de nuevo  apoderarse de nosotros, cuando adormilados  sentimos que el avión inclinó la nariz y empezó a descender y la fuerza del motor se sintió disminuir. De nuevo la  zozobra se apoderó de nosotros, cuando vimos que  el mecánico, que venía durmiendo en la parte trasera del avión es decir en la cola, pasó corriendo hacia la cabina. Ahí si nos asustamos porque desconocíamos lo que pasaba. A los pocos minutos de haber entrado el mecánico en la  cabina se sintió rugir de nuevo el motor adquiriendo más potencia y cuando me dirigía a la cabina a ver qué había sucedido salía el mecánico, quien me explicó que  se le había olvidado girar la llave selectora del tanque de reserva para que pasara la gasolina, razón por la cual se estaba acabando la del tanque principal. Después de este otro susto y ya a más baja altura el motor derecho volvió a funcionar. Ya con dos motores  trabajando a full, la tranquilidad volvió a nuestros cuerpos. Descendiendo por un largo tiempo, después de más de una hora de vuelo nos encontrábamos aterrizando en el aeropuerto Vanguardia de Villavicencio, dando gracias a Dios por haber llegado sin novedad especial. Desde ese día comprobé que la mayoría de los accidentes aéreos se dan por  fallas humanas. El mecánico fue amonestado por semejante descuido con memorando a su hoja de vida. Infortunadamente estando de gerente me tocó, con el dolor del alma, vender ese avión a otra empresa que se enamoró de él.  Esta fue otra experiencia de las que forjaron mi espíritu aventurero.

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